martes, 14 de agosto de 2018

Mi acompañante siempre serás tú

Me produces amor. Pero me duele tocarte. Cada día más.


Hoy he vuelto a poner mis manos encima tuyo y me han venido tantas notas a la cabeza. Tú, siempre tan dispuesto a hacer sonar mis sentimientos. A gritarlos por mí. Aunque nunca me lo ponías fácil. Querías que aprendiera, que no dejase las cosas a medias. Que sacase lo máximo. Y por eso a veces no te escuchaba. Te lo confieso, me dolía no poder tocarte como te merecías.
Me has enseñado tanto. Me da vergüenza reconocer que muchas partes las he olvidado. Y otras las he cambiado, han evolucionado conmigo. No me arrepiento de ningún momento que pasamos juntos. Me has hecho llorar como nadie. Yo lo sé. Pero es que tú no eres nadie, ni tampoco nada. Lo eres todo. Me has dado lo que soy ahora mismo. Y te sigo necesitando cada día. Aunque ya no puedo tocarte todo lo que me gustaría. Pero eso no quiere decir que no quiera.
O que no vuelva.


Por aparecer en mi mundo


Apareciste en un momento clave en el que yo necesitaba revitalizar mis sensaciones y coger aún más fuerzas para perseguir mis sueños. Y eso que los sueños ya los tenía todos pensados, pero tú, me enseñaste que a parte de soñarlos, se pueden hacer realidad.
Yo nunca te hubiera cortado las alas, eso nunca. Solo quería ver cómo las llenabas de colores y las elevabas del suelo. Me llena de vitalidad la gente que sabe volar sola, que no necesita el apoyo de muchos y que se llenan de risa y vacían de prisa.
He aprendido a ser libre, a dejar que los demás lo sean con o sin mí. Porque si agarras, entonces solo engañas. Porque poseer, es lo contrario a querer. Y yo quiero gente sana, que sepa estar, pero también marcharse de vez en cuando, si lo necesita.
No me importa estar sola, porque no lo siento. Y si alguna vez estoy con alguien, espero que entienda que seguiremos siendo dos, porque primero debemos ser por separado, para poder ser juntos algo mejor. Y no me importa si esa persona necesita estar con más. Nunca podría pedirle que todas sus partes fueran mías, igual que todas las mías nunca serían de ese alguien. Somos de tantas personas, que aún no entiendo por qué seguimos buscando a uno, o a una.
Somos tantas versiones, algunas mejores y otras peores, que con cada persona somos diferentes. Y la gente se sigue empeñando en calificar esto de falso. ¿Pero cómo vamos a ser con todos iguales si cada persona es un mundo distinto?
El problema lo tenemos en aceptar que somos de mil maneras, y que todas, aunque a muchos les pese, son verdad. Y si a alguien no le gustas, entonces es que no se merece que ninguna de tus partes pueda ser suya.
Por eso, quiero que sepas, que nunca te hubiese exigido que fueses mío, porque tampoco yo podría haber sido nunca tuya. Y espero que algún día entiendas que verte volar, me ha hecho abrir las alas.
Gracias,

Por aparecer en mi mundo. 

Entre tú y yo


Hay distancias que duelen. Distancias que huelen a despedida. Distancias que asustan a primera vista. Y a segunda. Y esperas que no haya última. Distancias que funcionan y que son necesarias.
Hay distancias que con amigas se recorren en tres frases y cuatro risas. Y que cuando las tienes en frente, te das cuenta, de que no existían.
Y es que las distancias solo son excusas para aquellos que no quieren abrir los ojos y prefieren cerrar la boca. Que saben que la relación tiene punto final pero se esconden detrás de una coma. Palabras vacías que intentan expresar algo, que todavía lo está más.
Yo cometí el error de llamar distancia a lo nuestro, cuando los kilómetros no tenían la culpa, de que nosotros no quisiéramos recorrerlos. Parecía más fácil así. Y aunque de vez en cuando recorrimos esa distancia, nunca lo hicimos a la misma velocidad. Ese fue nuestro problema.
Yo fui demasiado rápido, y para cuando quise darme la vuelta, tú ya no estabas. Y la ostia fue bien grande. Pero no llegaste a verla. Ni tampoco pudiste levantarme del suelo, ni curarme las heridas. Y maldije a la distancia por haberte dejado tan lejos. Sin darme cuenta, de que la que lo había hecho, había sido yo.
Fui tan cobarde que aún hoy me asusta volver a serlo. Y por eso te dejé ir, aunque en realidad, tú ya te habías marchado. Convertimos nuestra distancia en un precipicio sin puente, y ninguno fuimos lo suficientemente valientes como para lanzarnos al vacío y decir lo que pensábamos. O mejor dicho. Lo que ya no sentíamos.
Pero te prometo, que ya no volveré a acobardarme tras una palabra vacía. Que seré valiente y llamaré a cada cosa por su nombre. Solo por lo que no fue, pero pudo haber sido.
La tuya y la mía se convirtió en una de esas distancias,

Insalvables.