jueves, 30 de agosto de 2018

Salvar o ser salvado



La diferencia entre salvar o ser salvado, entre usar la voz activa para tender la mano a cualquier persona con lágrimas en los labios y palabras desordenadas brotando por las pupilas de sus ojos o utilizar la voz pasiva para arrinconarte en el interior de tu propia casa a oscuras y esperar que alguien abra tu puerta y deje entrar la luz. A veces, nos gusta gritar en silencio, tragarnos todas las palabras, nadar mar adentro y si alguien es capaz de encontrarnos bailando bajo la lluvia, entonces dejarle que traiga su barco y navegue a la deriva sin pedirnos un rumbo. Nos gusta que nos cubran de caricias hasta que no nos quepan más en la piel y nos digan que somos ese caos necesario que ha roto su perfecta rutina, que somos ese clavo ardiendo al que se aferran porque ya no saben vivir sin nuestra llama. Es bonito que te aprecien, aún con todas las contradicciones que nos acompañan de la mano y las dudas que siempre se posan en nuestros labios, se cuelan por nuestra boca y acaban hechas bola en nuestro estómago.
Pero creo que aún es más bonito aprender a mirar a alguien a través de sus retinas y entender que se está ahogando, que el agua le llega hasta el cuello y no está haciendo nada para salir a flote. Ser su salvavidas, lanzarte sin pensarlo a un lugar en el que quizá nunca hayas estado y del que quizá no sepas cómo volver. No pensar ni por un momento en ti, convertir todo el egoísmo que llevabas en una mochila a la espalda en apoyo incondicional y cargársela a esa persona, para que pueda abrirla y coger todas las veces que necesite.
Yo no creo que salvar o ser salvado sea una dualidad, creo que es una simbiosis necesaria en todo ser humano, un equilibrio que no debe desestabilizarse y del que nace la palabra amistad.


domingo, 19 de agosto de 2018



Nos conocemos ese remoto día, en esa clase que seguramente nunca recuerde de qué era. Empezamos a hablar y sorprendentemente congeniamos después de la tercera palabra y la quinta sonrisa de complicidad.
Tras unos cuantos días sin dejar de comentar eso y aquello comprendemos que lo que realmente importa es lo que estamos construyendo por detrás, que su risa acaba con la mía y la mía empieza con la suya. Y no dejamos de quedar, de inventarnos caminos por los que correr despreocupadas sin necesidad de mirar para atrás. Nuestras manos, pegadas a base de confianza, nos recuerdan lo bien que encajan nuestros defectos en el cuerpo de la otra. Y empezamos a creer que la burbuja en la que habita nuestra amistad es incapaz de explotar.

Pero entonces, despegas un poco los dedos de mi mano y nuestros caminos empiezan a temblar por los cimientos. Llega el momento más duro, la primera mentira descubierta, el primer dolor de ovarios que llega a través de la sangre hasta el corazón. Y duele. Para después despegar del todo tu mano de la mía e intentar convencerme de que los terremotos que vivimos son pasajeros y que los intentos no se niegan en la primera ronda. Y me convences, porque dicen que a la tercera va la vencida y yo no pretendo ser atea de oportunidades.

Te ofrezco jugar de nuevo, empezar una nueva partida para salir de la misma casilla y avanzar juntas hacia el final. Pero después de tres tiradas, me doy cuenta de que realmente no te conocía, y que eso de que saliera siempre el número seis en el dado no era ninguna coincidencia. Dejas de hacer justicia a la perfecta imagen de ti que mi cabeza había guardado en el fondo del baúl y que está a punto de viajar por el tobogán del olvido. Que todos los momentos que te he regalado no son suficientes para que me dejes entrar en tus heridas y me muestres tu versión más real. Que, si dejo que te quedes más, solo aprenderás a acariciar con tus dedos mis defectos para hacerme creer que todavía eres capaz de ayudarme a crecer. Que eso es lo único que después de todo, me puedes ofrecer.

Pero las cosas no funcionan así, si eres capaz de apostar nuestra amistad en todos tus juegos y hacerla temblar, es que no te importa lo suficiente como para cuidarla y evitar que se pueda resquebrajar.


Y yo solo sé, que quien se vuelve un experto en lanzar piedras sobre mi tejado, no tiene ningún derecho a volver a poner los pies en mi casa. 

sábado, 18 de agosto de 2018

Con O de Odio




Me paso el día diciéndoles a mis amigas que odiar es una palabra demasiado fuerte como para decirla tan a la ligera. Yo odio estar solo, tú odias tus dientes torcidos, él odia a esa persona...

Odiar a alguien es hacer una bola interna con todo lo que te molesta de ella e intentar lanzársela a la cara o incluso a la espalda cuando no mira, que no sé qué es peor. Que no sé qué te hace peor. 

Odiar perjudica no al que la recibe, sino al que la lanza con toda su rabia.

El odio se lo dejo a las personas necias que no son capaces de entender que solo están perdiendo su preciado tiempo y encima se lo están regalando a quien no se lo merece.
Borra a esa persona de tu vida, y cuando no quede ni rastro de ella, entonces pierde el tiempo con quien te ayude a encontrarlo.

No hace daño quien quiere sino quien puede.

No me sueltes nunca



Muchas veces intentamos que nuestros amigos entiendan algo que realmente no es posible: a ver las cosas como nosotros, a ponerse las gafas de nuestra experiencia y juzgar a través de nuestros actos para aprender de esos errores que quizá ya cometimos en un pasado no demasiado lejano y que queremos evitar que ellos repitan. 

Pero nunca nos paramos a pensar, que el problema reside en nosotros, en llegar a asimilar que si ese amigo no ha reconocido la ostia terrible que está a punto de darse, es que todavía le faltan partes para completar la historia, para entender que la única combinación final no va a ser la más bonita, sino todo lo contrario, contra la pared y con los brazos bien abiertos para recibirla. Seguramente, descubrir esas partes que todavía se encuentran ocultas, compondrá una de las elecciones más dolorosas que alguna vez haya tenido que hacer en su vida. Pero entonces, y solo entonces, podrá ser capaz de completar el rompecabezas que tanto le atemorizaba y ver que hay personas que es mejor no cruzárselas en toda la vida, o que hay caídas evitables incluso con los ojos cerrados y el corazón en la mano. 

Pero claro, una vez que has vivido los hechos de esa manera, una vez que tú también has pasado por ese mismo aro que a veces se llena de fuego y otras, al pasar, te eriza la piel con su tacto frío, te es más fácil reconocer los momentos que no encajan, las caricias simuladas y los besos incorrectos. 

Por eso tú, como amigo indudable y fiel confidente, estarás ahí para apoyarle. Nada de decirle te lo dije, proque sus oídos todavía no te estaban escuchando. Es la oportunidad perfecta para mirarle a los ojos atentamente y decirle:

Te entiendo, porque yo también lo hice.

jueves, 16 de agosto de 2018

En honor a todas las mujeres💜


Somos el futuro de aquellas cuyo pasado imperfecto estuvo lleno de golpes y moratones. De aquellas que recobraron el valor dándole sentido al único color que les dejaban marcado en la piel. Pues, a pesar del dolor y de la cuesta, no dudaron en llenar sus días de luchas y manifestaciones. Demostrando que unidas se puede llegar a derrotar cualquier moral absurdamente impuesta.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Con los ojos cerrados



Con los ojos bien cerrados y el corazón guiando a la razón, me muevo por los impulsos que me dejan sin aliento. No busco perder el tiempo sino encontrarlo en cada efímero beso. Perseguir al destino no tiene sentido si él siempre irá dos pasos por delante, y mucho menos echarle la culpa de todos los fallos que cometo cada vez que tropiezo y me caigo de nuevo sin remedio.
No me importa apostarlo todo, si hay un atisbo de éxito. Porque quién no arriesga, no falla, y no pienso pasarme la vida dibujando pasos perfectos sobre la arena mojada. A veces miedo, otras euforia, pero nunca dejo que mi cuerpo dé un paso atrás, por si acaso al retroceder uno, pone la marcha atrás.
Puedes pensar que soy demasiado pequeña para mi estatura, o que todavía no he bailado suficientes veces con el diablo, pero yo me atrevo a pensar que todo a su debido tiempo. Y que si hoy te escribo, quizá mañana te borro. O si mañana te olvido, quizá pasado te añoro.



Con todas las letras, por todas las partes



Entramos en su habitación, enciende la luz y me mira sonriendo. Me quedo inmóvil mientras me va quitando la ropa. Lo hace con movimientos mecánicos, como si hubiera nacido para ello y llevase tiempo preparado.
Se queda de pie mirándome y vuelve a sonreír:
-          Eres preciosa.
Me mira a los ojos durante cinco segundos y me acaricia el pelo con la misma mano que seguidamente recorre mi cuerpo, cada una de mis curvas. Se detiene entre mis piernas, dejándome sin respiración mientras me explora.
Yo, no puedo apartar la vista de sus ojos, azules, intensos, hielo, imponentes.
Sin avisarme, me da la vuelta y me veo reflejada en el espejo que está colgado de la pared de su habitación. Me miro el cuerpo mientras él me lo recorre. Mi vista se fija en mi pelo que está muy sucio, mañana tendré que lavármelo sin falta. Él pasa de nuevo la mano por mi cabeza y noto como me inspira la nuca cerrando los ojos para hacerlo.
Si, definitivamente, me tengo que lavar el pelo.
Pasea la mano por mis senos y se mete dentro de mí. Abro mucho los ojos, no me lo esperaba. Jadea con la respiración entrecortada mientras su mano se agarra a la mía y la entrelaza. Coge ritmo y me quedo observando nuestro reflejo en el espejo y cómo nuestros cuerpos parecen moverse al compás sin encontrarse al mismo tono. Llega al clímax y se corre lentamente llenándome de vacío. Cuando se relaja un poco, me vuelve a dar la vuelta para mirarme a la cara y con suavidad, me acaricia la mejilla.
Me mira fijamente a los ojos y me besa con fuerza como si mis labios le pertenecieran más que nunca.
-          Mira que eres preciosa.
Se separa, despegando del todo nuestros cuerpos y se echa unos centímetros hacia atrás para observar mi cuerpo de arriba abajo con verdadera admiración. Seguidamente se da media vuelta y se mete en el baño. Me giro de nuevo lentamente y me miro en el espejo. Estoy cansada. Tengo una mancha en la cara marrón. Siento que la suciedad invade mi cuerpo, mañana tendré que ducharme un par de veces para que el pelo me quede completamente limpio y brillante. Me quedo inmóvil, esperando a que salga. Todavía me tiemblan las piernas por el acto pero no me apetece sentarme.
Él sale del baño y ve que sigo en el mismo lugar. Se acerca por detrás y me acaricia los pechos mientras me susurra al oído:
-          Espero que hayas aprendido que no debes ir sola por la noche. Qué suerte has tenido de encontrarme.
Mi reflejo me devuelve su mirada con ojos penetrantes desde el espejo. Algo en mi interior se fractura. Se rompe en mil pedazos. Y me grita que huya, que corra todo lo lejos que pueda. Empiezo a verme borrosa y aunque hago un esfuerzo por abrir cada vez más los ojos, al final acabo por perderme de vista.
 Antes de caer al suelo desmayada, pienso en mi perro, que está solo en casa y se me ha olvidado darle de comer esa mañana.