Entramos en su habitación, enciende la luz y me mira sonriendo. Me quedo
inmóvil mientras me va quitando la ropa. Lo hace con movimientos mecánicos,
como si hubiera nacido para ello y llevase tiempo preparado.
Se queda de pie mirándome y vuelve a sonreír:
-
Eres
preciosa.
Me mira a los ojos durante cinco segundos y me acaricia el pelo con la
misma mano que seguidamente recorre mi cuerpo, cada una de mis curvas. Se
detiene entre mis piernas, dejándome sin respiración mientras me explora.
Yo, no puedo apartar la vista de sus ojos, azules, intensos, hielo,
imponentes.
Sin avisarme, me da la vuelta y me veo reflejada en el espejo que está
colgado de la pared de su habitación. Me miro el cuerpo mientras él me lo recorre.
Mi vista se fija en mi pelo que está muy sucio, mañana tendré que lavármelo sin
falta. Él pasa de nuevo la mano por mi cabeza y noto como me inspira la nuca
cerrando los ojos para hacerlo.
Si, definitivamente, me tengo que lavar el pelo.
Pasea la mano por mis senos y se mete dentro de mí. Abro mucho los ojos, no
me lo esperaba. Jadea con la respiración entrecortada mientras su mano se
agarra a la mía y la entrelaza. Coge ritmo y me quedo observando nuestro
reflejo en el espejo y cómo nuestros cuerpos parecen moverse al compás sin encontrarse
al mismo tono. Llega al clímax y se corre lentamente llenándome de vacío.
Cuando se relaja un poco, me vuelve a dar la vuelta para mirarme a la cara y
con suavidad, me acaricia la mejilla.
Me mira fijamente a los ojos y me besa con fuerza como si mis labios le
pertenecieran más que nunca.
-
Mira
que eres preciosa.
Se separa, despegando del todo nuestros cuerpos y se echa unos centímetros hacia
atrás para observar mi cuerpo de arriba abajo con verdadera admiración. Seguidamente
se da media vuelta y se mete en el baño. Me giro de nuevo lentamente y me miro
en el espejo. Estoy cansada. Tengo una mancha en la cara marrón. Siento que la
suciedad invade mi cuerpo, mañana tendré que ducharme un par de veces para que
el pelo me quede completamente limpio y brillante. Me quedo inmóvil, esperando
a que salga. Todavía me tiemblan las piernas por el acto pero no me apetece
sentarme.
Él sale del baño y ve que sigo en el mismo lugar. Se acerca por detrás y me
acaricia los pechos mientras me susurra al oído:
-
Espero
que hayas aprendido que no debes ir sola por la noche. Qué suerte has tenido de
encontrarme.
Mi reflejo me devuelve su mirada con ojos penetrantes desde el espejo. Algo
en mi interior se fractura. Se rompe en mil pedazos. Y me grita que huya, que
corra todo lo lejos que pueda. Empiezo a verme borrosa y aunque hago un
esfuerzo por abrir cada vez más los ojos, al final acabo por perderme de vista.
Antes de caer al suelo desmayada,
pienso en mi perro, que está solo en casa y se me ha olvidado darle de comer esa
mañana.
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